El tema de Egipto particularmente me interesa mucho. Internamente siento la corriente del Nilo fluir en mis venas. Así que escribí algunas historias que salieron a partir de esos sentimientos, y tienen que ver justamente con Moisés, una historia transcurrida en Egipto. Por otro lado estaba el Faraón, quien consideraba enemigos políticos a las personas del pueblo de Moisés.
Los Faraones eran aquellos que concentraban el poder en el Antiguo Egipto. Ellos también fueron niños, y justamente uno fue reconocido por ser el más joven, Tutankamón, el último de sangre real de la dinastía. Y así, haciendo un sincretismo entre la persona del Faraón y Moisés, sale esta historia que relato a continuación.
Niño mío, Faraón, ojos rasgados, andar felino. El ángulo de tu mirada te hace enigmático y te delata, conocedor de todas las verdades, los misterios de la vida, de la muerte y del cosmos. Tanta sabiduría reflejada en tu rostro dorado, en lo recio de tu boca que no necesita moverse para decir las cosas que sabes, tienes el don de transmitirlo tan sólo con una mirada. Me planto en frente de tu imagen y te venero, Niño Divino, te ofrezco una flor de loto y me refresco con las aguas del Nilo. Traes el sol en tu piel dorada y me iluminas.
Niño mío, aguardas, en el silencio de tu soledad, mirando hacia el infinito. Y yo plantada en frente tuyo, admirándote, poniendo flores de loto a tus pies. Y en ese momento, tu ojos estáticos y dirigidos al infinito, cambian un instante de ángulo y me dedicas una magnífica mirada. Se mueven apenas las comisuras de tus labios, el perfume de la flor rosada comienza a envolver el recinto, veo que tus manos inmutables comienzan a moverse delicadamente. Extiendes tu brazo y me tocas el hombro, siento la luz dorada atravesando mi cuerpo, y veo el comienzo del mundo, la Gran Explosión, los planetas alineándose, las constelaciones bailando el gran vals, seres extraordinarios saliendo de los diferentes suelos de todos los planetas. Un eco se pierde a lo lejos, el sonido de una flauta domina la escena, un recio viento me empapa de arena, me miro las manos, la siento, veo como escapa entre mis dedos, y cuando levanto la vista, tú ya no estás, Niño Mío. Desde ese día te busco en las notas, en el perfume de la flor, en el centro de mi corazón. A veces tengo suerte, vislumbro un destello de tu rostro dorado, y ya soy feliz, eternamente feliz, y tengo la esperanza de encontrarte otra vez y que me bendigas con el fulgor de tu mirada.
31-03-2012
Niño mío Faraón, ojos rasgados, aspecto felino, tu piel dorada se volvió carmesí. Te trasmutas en otra figura que bien reconozco. A veces pienso Niño mío que tienes todas las virtudes de un Rey que jamás pensé conocer. Tienes la sonrisa fresca y un abrazo infinito, aunque no te inmutes. Aunque tu cuerpo permanece inmóvil, siento tu risa, y tus palabras cálidas se pierden en un eco mientras atraviesas con tu barca el cielo. Y así, el barco que burló al tiempo me acercó a ti, Niño mío Faraón y amo todo lo que envuelve a tu críptico misterio.
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