viernes, 24 de octubre de 2014

La tormenta

La tormenta es infernal, azota los vidrios empañados del gran castillo sumido en una angustiante oscuridad.  Es imposible escapar de allí, ni intentar salir hacia otro lugar: todos los accesos están cerrados, los caminos anegados y empantanados, la lluvia es demasiado violenta como para dejarse mojar por ella, la lluvia lastima.
En el castillo que reina la oscuridad hay enormes sombras recorriendo los pasillos, emitiendo sonidos; cuadros espantosos, cabezas de animales de trofeo incrustados en las paredes. Fuerzo mis ojos a través de esa oscuridad y los veo, estoy sentada en un enorme sillón en donde la única compañía son esos bichos taxidermizados. El miedo no me deja pensar, siento angustia, frío, soledad y la nada misma. Siento que esos animales  de alguna manera comienzan a moverse, las armaduras del cuarto lindante empiezan  a chirriar sus yelmos.
Inmersa en un cuadro de horror absoluto siento en ese preciso instante unos pasos que no forman parte de lo anterior. Entre el sonido de cotas y cimeras cubiertas de óxido agudizo mi oído hacia la izquierda y me digo: -“No, no. Eso no tiene la naturaleza de todo lo demás.”
En ese momento los sonidos macabros se detienen ( o pasan a formar otro plano) y siento los pasos venir hacia mí. Muy poco audibles, pero cada vez más. Más y más cerca. Detengo la respiración por unos instantes. Siento una presencia inescrutable justo en frente mío. Estaba parado ahí, delante de mis ojos, y no podía verlo.
La cosa es que siento su movimiento suave, ondulante, que pasa por el costado...y siento el sillón comprimido bajo su peso. Se había sentado al lado mío. Me hundo un poco para su lado. Estoy rozando su brazo. Siento que la lluvia se detiene y entra un claro de luna por la ventana. Me inclino para verlo, y lo veo. Veo sus ojos directamente sobre mí. No cruzamos una sola palabra. Ya no tuve más miedo en ese instante, tuve felicidad, sentí como el salón se iba iluminando lentamente y las cortinas iban adquiriendo nuevamente su color púrpura. Él me mira por un instante, serio, y luego sonríe. Justo cuando esbozo una suerte de palabra, él se levanta. Sigue sonriendo, me saluda con un gesto, y se va. Atino a extender mi mano, a detenerlo, pero pasa a través de su silueta que pronto se esfuma en el aire.
Me levanto, abatida, lo busco, me choco con los muebles, me doy cuenta que todo sigue estando tan oscuro como antes de sentir su presencia. Los ruidos tenebrosos vuelven a surgir, pero ya no tengo miedo...vuelvo al sillón.. me quedo ahí mirando hacia el vacío...ya no me interesa nada...ni los ruidos ni los bichos ni los caballeros en sus armaduras oxidadas...sólo quiero que vuelva...que me diga algo...que me mire otra vez con esa mirada inconmensurable.




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