Niebla espesa, extiendo la mano para tantear el aire, para comprobar si hay algo ahí del otro lado, si no es tan sólo un espacio infinito. Es y no es, la niebla es fría y a medida que la agito levemente, se va disipando. Puedo poner un pie del otro lado y luego el otro, cruzo la frontera entre lo real y lo irreal. El sonido del calíope suena fantasmal al principio, pero luego se vuelve encantador. Y ahí te veo, bailando alrededor del fuego, tus pies no tocan el suelo, balanceando tu cuerpo, tus manos, al son de una danza tribal, te estremecés y hacés que los espíritus atávicos bailen contigo, fluyan y se diluyan contigo, con tu cabello de oro al viento. Levantás el polvo del suelo formando remolinos, y el fuego, embravecido, comienza a elevarse hasta el cielo nocturno y se une a las estrellas.
En un momento me acerco, piso una rama que cruje y te detiene inmediatamente, me clavas una mirada abismal, profunda, escalofriante. Te miro, te acercas, extiendes tu mano y me invitas a unirme a la danza. Una mueca electrizante se dibuja en tu sonrisa, destellan tus ojos felinos. Reticente, me quedo inmóvil en el lugar hasta que una fuerza me impulsa a comenzar a balancearme rítmicamente, siento la música del calíope del infierno, el fuego se aviva, el sonido se intensifica, los espíritus aullan, la naturaleza se une en este ritual secreto y sagrado.
De pronto un tambor anuncia el final del rito, la música se detiene, el fuego se apaga, desapareces en la niebla, llega la mañana, los pájaros cantan, veo los plátanos verdes y desfigurados en ese amanecer repentino. Ni una huella del fuego, de la niebla, de tu sonrisa endemoniada, de tus ojos felinos.
Te buscaré por siempre a través de la niebla, tantearé si andás por ahí, estaré atenta al primer sonido del calíope del infierno, cuando vuelvas a buscarme otra vez.
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